lunes, 24 de octubre de 2011

Y por fin, la lluvia


Había sido una noche angustiosa, como otras muchas, me había costado horrores quedarme dormido. Lo peor, es que no hay una explicación coherente para mi insomnio ocasional, porque nunca sucede dos noches seguidas.
Mi cerebro se comporta de manera efervescente ametrallando ideas y pensamientos sin solución de continuidad, de manera obtusa se niega a descansar.

Podría leer horas y horas, ver la televisión, estudiar, y cualquier actividad que requiera atención cerebral de importancia porque estoy preparado para ello. Es como si mi mente y mi cuerpo se desgajaran por unas horas y funcionaran de manera independiente, eso sí, físicamente es innegable que necesitaba descansar.
Y allí estaba yo, acordándome de conversaciones y situaciones insulsas que mi subconsciente albergaba y que afloraban entonces como una catarsis necesaria e indómita. ¿Será un proceso de expulsión de lo superfluo? es posible -me contesté. ¿Mañana seré un ser destrozado? eso es más que probable.

Entre los variopintos y obsoletos libros de mi mesilla de noche, se encontraba uno de ciencias naturales que andaba leyéndolo de manera trastabillada, en él se decía que ni la computadora más grande del mundo podría calcular la forma que adoptaría el humo que se exhala del cigarillo. Bajé de inmediato a la cocina para comprobar empíricamente la forma de mi humo.
Era sinuoso y azaroso, evanescente y embriagador. Así pasé unos minutos sin nada mejor que hacer y sin un miserable bostezo que me dijera que la vigilia llegaba a su fin.

A esas horas de la madrugada, en un pueblo apenas hay sonidos, quizás el recóndito ladrido de un perro, el chasquido de la madera, el inmutable zumbido de las fábricas del turno de noche o algún coche que pasa. Al no haber nada que contamine los sonidos, puedes escuchar como suena el caucho de las ruedas al friccionar con el asfalto; además puedes pensar en eso durante un periodo considerable de tiempo.
Es asfixiante lo despacio que corre el reloj cuando no puedes dormir, es extraño comprobar que ni tu postura favorita te relaja, es preocupante las partes de tu cuerpo que te pican y necesitan imperiosamente ser rascadas - nunca me había rascado ahí -pensaba para mi adentros. Y estuve meditando sobre ello largo tiempo.

Al final y fruto de la experiencia, asumí que no iba a dormir y que lo mejor era rendirme. Someterme a los apóstoles insomnes y dejarse llevar por ellos, al fin y al cabo, ya estaba agotado de tanto luchar. Ese cansancio hizo que me quedara dormido, de manera profunda. Tan honda que cuando el despertador sonó, la alegría de comprobar que me había dormido chocó contra la amargura del cruel despertar.

La furia se adueñó de mi, no tenía ganas de hablar, mal humor e irascibilidad serían la tónica del día. Era el precio que había que pagar por una noche así, larga y oscura.
Sin embargo, salí a la calle y vi como las nubes se cernían sobre un cielo ya encapotado. Era un día triste y gris, que vaticinaba escalofriantemente mi estado de ánimo.
Después de un más que largo verano, que había llegado a penetrar en el otoño adueñándose de él, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia, inusitada hasta hoy.
Y por fin, la lluvia - pensé. Ya iba siendo hora. Abrí la ventana de mi coche e inhalé una importante dosis de ese característico olor, que casualmente el libro decía que era a partículas de ozono. Me sentí reconfortado.
Enseguida asumí que debía quedarme con esa sensación tan placentera y usarla para que mi estado de ánimo cambiara; porque como dijo Heródoto hace mucho tiempo "tu estado de ánimo es tu destino".