sábado, 3 de marzo de 2012

Manifiesto al político/agente público que todavía no ha robado


El caso Nóos ha sido la gota que ha colmado el vaso de mi paciencia. Yo tengo en la mente, cuando era aún un niño, al orondo mandamás del Atlético de Madrid, Jesús Gil y Gil, un hombre ligado a los excesos, de todo tipo.
Una imagen se instalaba en mi cavidad, la del robo de caudales públicos, la malversación, la codicia, el delito… una idea que me hizo creer que los políticos, los agentes públicos en suma, tienden a meter la mano cuando tienen oportunidad.
Nadie en mi familia ha sido político, pero todos han corroborado siempre esta perversa idea, si pueden robar lo hacen.
Del difunto Jesús Gil al presunto Urdangarín, con sus empresas y negocios sinónimo de lucro, ha pasado más de una década; unos años en los que la perspectiva me hace ver las cosas de la siguiente manera.

La época que nos está tocando vivir me recuerda mucho a mi infancia, por allá por los años 80, año arriba, año abajo.
Recuerdo que le preguntaba a mi padre, que era por aquel entonces autónomo y trabajaba 12 horas al día, qué era aquello de la crisis. También se lo preguntaba a mi abuelo, que trabajaba lejos de casa, en el extinto Instituto de Colonización, extrayendo agua por pueblos perdidos de la geografía española.
Mi madre hacia lo propio en el bar con mi padre, y además lo hacía en casa, porque nunca consintió que nadie viniera a realizar las tareas domésticas.
Mi tío, trabajaba en el muelle de Vinaroz, y se levantaba a unas horas que yo no pensaba que existían. Mi tía, en la naranja, cuando era temporada.
Y sacaron adelante a tres hijos ingeniándoselas con los horarios y engañando a las horas de sueño; hoy no sé ya si se puede hacer eso, dicen que no es sano.

He tenido la suerte de caer en una familia abnegada en el trabajo, que nunca ha tenido más de lo que necesitaba, pero tampoco nunca le ha faltado nada, porque se lo ha ganado trabajando a brazo partido.

En España, en aquellos tiempos, ya había crisis, y yo que era un niño preguntón, como todos, intentaba entender qué era aquello. Mi abuelo me decía con cierta ironía que España era un país riquísimo, porque todo el mundo robaba y siempre quedaba más. Recuerdo perfectamente que aunque sabía que robar estaba mal, ya subsistía en el ambiente una resignación estúpida ante tales desmanes. ¿Seríamos los españoles así? Eran tiempos en los que se puso de moda ese aforismo importado por el turismo europeo “typical Spanish” y así lo definíamos todo. Porque nosotros éramos así.
¿Seguro? yo he crecido con esa dicotomía, trabajo y responsabilidad y pillería española. En mi familia, a la cual admiro, todo lo hemos ganado honradamente.

Me he forjado con esa forma de ser, por eso me puse a trabajar a los 16 años, convencido que mi destino era ganarme el pan cuanto antes fuere posible. A día de hoy, continúo trabajando, y tengo que dar gracias por ello. O al menos, eso dice todo el mundo. Por si acaso, doy gracias.

Doy gracias, pero a mi nadie me ha regalado nada, aunque tampoco voy a coger nada que no sea mío, algo que no me toque. Porque así me lo han enseñado, y así lo he visto en mi entorno y he crecido con esa idea.
Porque soy feliz con lo que tengo y no me ciega la avaricia de querer más y más; así, desgraciadamente, nunca se es feliz, ya que todo se antoja siempre insuficiente. Nunca se sacia uno cuando tiene más de lo que necesita.

Desde que tengo uso de razón, se vienen sucediendo sin solución de continuidad, casos de corrupción. Políticos, terrenos, obras, facturas fantasma, amiguismos y un largo etcétera.
Duele especialmente en la coyuntura en la que estamos, y más que nunca, ver como otros se han forrado delinquiendo, con dinero de todos. Y además, da la impresión que ellos se ríen y se lo pasan bomba, y que a nosotros nos preocupa más las crisis que nos cuentan, de la que debemos estar muy preocupados.
Parece que nos han dado un problema grandísimo para que estemos entretenidos con él, nos hablan de primas de riesgo, de mercados, de deuda externa, de eurobonos, y de cosas que no comprendemos.
Lo que más asombra es que las personas de a pie, estamos tremendamente agobiados por algo que nos han dicho que es muy malo. Y con eso, ya tenemos bastante.

¿Estamos ante una crisis económica, o ante una crisis de identidad, de valores y de humildad?
¿Qué nos hace más daño, ver a una persona que no encuentra trabajo o un nuevo caso de corrupción?
¿Qué nos enfurece más, ver un país en declive o a un tío metiendo mano a la caja?
Tenemos y debemos despertar. Porque somos un gran país, repleto de gente honrada y trabajadora, que tiene que decir muchas más cosas de las que los políticos se imaginan. Que tiene que denunciar todos esos desmanes que ahora, nos desgarran más que nunca.

Como dicen los criminólogos, entiendo que la prevención es la única vía factible para acabar con las conductas desviadas. De poco sirve encarcelar al ladrón, si ya ha decidido ser ladrón. Aunque es cierto que la cárcel es el sitio más adecuado para ese tipo de personas.
Por eso, desde la prevención, quiero dedicar estas palabras a aquellos políticos, y a todos los agentes públicos que están pensando algún día en robar de la cosa pública y todavía no lo han hecho.

Espero que todos los que malversan y especulan con dinero público lean esto alguna vez, espero que sientan vergüenza de haber hecho semejante desmán; quiero que sepan que les desprecio absolutamente y que para mi, y para todos, no significan nada.
Espero que el destino les depare infelicidad y que pierdan todo lo que han robado de la manera más dolorosa posible. Que sientan el desprecio de la sociedad, y el vacío de la soledad, el cual no podrán llenar con su dinero sucio y corrupto.
Quiero que sepan que la clase trabajadora a la que pertenezco les odia y repudia, como a una sanguijuela, como una cucaracha que corretea por la cocina. Que son eso y nada más.
Deseo que la justicia les cale tan hondo que sientan frío, que se les encoja el estómago, que se le degraden sus rostros porque la vida les ha hecho mella, como si de un trabajador auténtico se tratare. Y no como lo que son, simples farsantes, vendedores de nada.
Sueño con una sociedad que salga a la calle cada vez que el hombre público mete la mano en la caja, para hacerle ver que condenamos también ese acto, sucio, despreciable, asqueroso. Que sepa que tenemos memoria y no olvidamos.
Me gustaría que estuviéramos ávidos de saber quién es el siguiente en la lista negra, esa lista de personas odiadas, repudiadas, excluidas de la que tienen que ser una sociedad limpia de esa calaña, que no merece siquiera un segundo de interés en nuestras vidas.

Espero, hombre aún honrado, que cuando leas esto, apartes el mal de tu mente, que no inicies ese nefasto camino criminal, que es robar nuestro dinero.