viernes, 29 de febrero de 2008

Yo sólo

La vida en el siglo XXI es efervescente, exigente, llena de quehaceres y relaciones. Somos valorados en la medida de con quien nos rodeamos, quienes son nuestras amistades y hacia donde vamos.
Somos entes que se relacionan, trabajan y procrean, aunque no necesariamente hacemos las tres cosas, pero todas ellas juegan un papel importante en nuestras vidas, y por las tres seremos valorados, juzgados, odiados o queridos.

Las relaciones entre los seres humanos, son peculiares, y miles de personas nos hablan de conducta, educación, amabilidad, amistad, amor, respeto... para con el prójimo. Eso está muy bien, es perfecto y no encuentro nada que objetar.

Pero desde hace tiempo, ya nadie habla de la soledad... primero porque la gente la relaciona con algo malo., de hecho la sola palabra soledad, hace que nos recorra un escalofrío. (es curioso como hay palabras que están unidas a sentimientos)
En segundo lugar, la soledad se relaciona con tristeza, desamparo, pena y dolor., por último, asociamos la soledad con personas hurañas.

Entendemos pues que, la soledad que no se desea trae aparejada la desazón y tristeza, y la que se busca y encuentra, genera animadversión ante los juzgadores.
Entonces... ¿el sentido de la soledad es siempre negativo?
No, vivimos atrapados en una gran red llena de tópicos errados.

La soledad, en ocasiones, es un sentimiento que nace dentro de nosotros mismos, se hace necesario, por múltiples factores y estoy convencido que no debemos reprimir esta emoción.
Algunas veces, cuando estamos rodeados de gente que nos habla continuamente, nuestro cerebro se agota y necesita escapar, otras veces, simplemente es un deseo que viene tras un período de saturación.
Si lo censuramos, sólo por el qué dirán, será una mala decisión. Ya que un persona, que es capaz de enfrentarse ante sí misma y salir victoriosa, tiene un terreno fértil a su paso.

El momento de recogimiento personal que deriva de la soledad, o de estar sólo, (a modo de eufemismo) se convierte en un cara a cara con nosotros, una experiencia de la que nadie podrá enseñarte ni aconsejarte, donde no vale la madurez y donde únicamente se rinde cuentas ante uno mismo.
La desnudez extrema, los secretos guardados en el interior y el ulterior, nuestras penas, miserias y bajezas. todo sale a relucir, cuando nos autojuzgamos.

Quizás, algunas personas, se pueden evaluar, mientras consumen un cigarro, otras durante una noche y otras necesitarán toda una vida.
Pero todas ellas, han decidido estar solas, aunque fuese por un momento, para poner las cosas en orden y actuar en consecuencia.

Por tanto, creo que la soledad es buena, necesaria, respetable y porqué no... vital.

Hay quien dice, que no está demás, dedicarse veinte minutos al día para preguntarse, hacia donde va... ¿Lo habéis hecho alguna vez?... es fantástico lo que se puede llegar uno a responder.

viernes, 22 de febrero de 2008

somero análisis de la sociedad actual

Cuando nuestros antepasados descubrieron el fuego hace 400.000 años, hallaron algo más que un principio flamígero, pusieron en marcha una serie de procesos desencadenantes de la vida en familia, las costumbres, el diálogo, la compañía... posiblemente al calor de la fogata.
Se dio uno de esos pasos de gigante en la historia de la humanidad.

Sabemos que las relaciones entre los seres humanos, han mejorado con el paso del tiempo, asistimos a una época donde está de moda el respeto, la educación, los valores, la ética (con excepciones) y se condena de forma unánime la violencia, las guerras, el machismo y en definitiva, cualquier acto que menoscabe los derechos y libertades inherentes al ser humano.

Asistimos, no sin estupefacción, a un período de globalización irreversible, iniciado con el fin de la guerra fría, la hegemonía de EEUU y el deseo de una justicia igualitaria entre sociedades.
Y por si fuera poco, quién más y quién menos anda inquieto ante el manido "cambio climático".

La sociedad del siglo XXI es tremendamente exigente, llena de cánones, reglas, conductas, y de jurisprudencia social.
Vivimos constantemente al acecho de tabues y del qué dirán. Queremos vivir mejor que nuestro vecino y tener mejor calidad de vida constantemente.
Esta sociedad consumista/devoradora, nos alecciona para que nunca sea bastante, a deglutir en lugar de comer, a dormir menos y disfrutar más, y además, nos distorsiona nuestra realidad objetiva.

Uno de los problemas graves, es la falsa sensación de felicidad y libertad adherida al materialismo y mercantilismo. Compre usted un todoterreno y será libre, compre una chalé con piscina privada y salón de té y será feliz, compre este "mp3" cien euros más caro y será usted el mejor de todos.
Sin olvidar el periodo vacacional, el inexcusable hábito de "des-co-nec-tar", pero no en playa o monte autóctono, sino cuanto más lejos mejor. Si es menester pedir un crédito para ir a un lejano confín ¡lo pedimos tú!, ¡que para eso trabajamos!.
Somos capaces de poner en marcha la paradoja de: comprar televisores de 6.000 euros para ver películas bajadas de internet, llenas de píxeles, ¡que se ven mal!.
Durante los últimos 10 años, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, y eso, como no, tiene un precio.

No debemos dejar de un lado, la aceleración a la que nos vemos sometidos día a día. Cada vez hay más cosas que hacer, pero menos tiempo para desarrollarlas. Lo que resulta una nefasta combinación, pues acabamos haciendo mal todo lo que nos proponemos y seguimos teniendo esa sensación de agobio.
Una de las cosas que más me alarma, es esta corriente contemporánea que se basa en la ley del mínimo esfuerzo en el trabajo. Esa famosa frase: Yo lo único que quiero, es que toque el pito y me voy a casa.
Craso error, como indica el catedrático de Psiquiatría Enrique Rojas: Haz de tu trabajo, una obra de arte...
Pero claro, ¡de cualquier trabajo!, no es necesario ser Pablo Picasso.
Está completamente demostrado que, un hombre feliz en su trabajo es un hombre feliz, ya que el trabajo forma un pilar básico en nuestro desarrollo personal.
De igual modo que el trabajo en nuestra sociedad actual, hace las veces de válvula de escape, también acaba impregnando nuestra forma de ser.

Sintetizando, diría que todo gira al intento de querer ser mejores, pero a costa de los demás, a saber, haciendo ostentación de lo obtenido y siendo cada día menos humildes. No quiero decir que todos seamos así, lo mejor es darse cuenta de que uno no quiere ser así.
Nos hemos pasado de estación... la solución no es llegar al final del trayecto y coger el tren de vuelta, sino bajarse en la siguiente parada.

Podríamos seguir con las características de nuestra sociedad, pero no creo que deba extenderme más, lo único que pretendo es estimular el pensamiento del ávido lector, ante esta realidad. Unos minutos de meditación, que seguro no molestarán. A no ser que tengas la solución a uno de estos problemas que te planteo.
Si es ese el caso, debes ponerte manos a la obra ipso facto.

viernes, 15 de febrero de 2008

Mi lucha

Dicen que el mejor momento de las cosas es cuando todavía no han pasado, posiblemente estemos ante un axioma universal, ¿qué es lo pasa cuando alcanzamos el zenit?
Inmediatamente alegría, claro está, pero después...
Una vez hallamos nuestro objetivo, la lucha termina irremediablemente, nuestro cuerpo está cansado y necesita reposo, como el  guerrero tras la contienda. Pero el asueto no debe ser prolongado, pues más rápido se acostumbra uno a la zozobra que a la brega. 
Rápidamente localizaremos otro objetivo y trazaremos los detalles de nuestro próximo plan.

Pero el  hombre es holgazán por naturaleza, desde recién nacido le dan lo que necesita, le cubren cuando arrecia el frío y le alimentan varias veces al día. Y esto pasa cada vez durante más tiempo, convirtiéndolo en un ser talludo, alejado del mundo beligerante, que es el real.
La falta de estímulos han mermado sus instintos, cual gato viejo, al que toda la vida le han puesto la comida en su bol, ya no cazará ratones, a lo sumo, jugará con ellos.
Debemos evitar esta conversión, que sólo nos traerá miserias y bajezas, y la consecuente distorsión de la realidad, deformada por las dádivas y la benevolencia que hemos recibido desde niños.

La lucha por un objetivo, es una de las cosas más grandes que un ser humano puede emprender, notar como poco a poco converge hacia su zenit es una experiencia enriquecedora y llena de satisfacción. 
La lucha nos mantendrá en tensión, vívidos y preparados para el porvenir. Cuando dejemos de luchar estaremos muertos... 
Aunque moriremos de todas formas, eso es cierto, pero si la muerte asoma, que nos encuentre librando la que será, nuestra penúltima batalla. Y que mejor honra para un difunto, que se le recuerde como un luchador con alardes de bizarría, que tanto la victoria como la derrota le hacían más fuerte.

Brian Tracy en su libro "Máxima eficacia"  apunta una gran reflexión: Si sigo así, ¿dónde estaré dentro de un año? 

viernes, 8 de febrero de 2008

El menoscabo del perdón

Imaginemos que nuestra vida es como una gran pared que se alza vertical.
Nosotros hacemos las veces de obrero, poniendo con cuidado las piedras que irán formándola.
Desde nuestra infancia, hasta la llegada de la madurez, fueron nuestros padres los que nos echaban una mano en la construcción de lo que entonces era una simple tapia. Pero sus sólidos cimientos, la convirtieron en un auténtico muro de contención.

Una vez llegados a la emancipación personal, somos cada uno de nosotros, los que edificamos nuestra propia pared, cometiendo numerosos errores, pero también encajando piezas a la perfección, nuestra obra será nuestro legado, que nos dejamos a nosotros mismos.

Las rocas suministradas, son las experiencias que tenemos a lo largo de nuestra vida, algunas son recias, validas para soportar el peso de la enorme construcción.
Pero, en ocasiones, alguien nos lanza una piedra hueca, como hecha de cal.

Unos de los problemas que nos encontramos en esta labor, es la imposibilidad de volver atrás para enmendar un error, el tiempo pasa ante nosotros, pero jamás retrocederá. No tendremos otra oportunidad de recolocar esa piedra, que hace juego, que no encaja.
Esa pieza es un residuo que queda para siempre... es el perdón, el acto de perdonar una ofensa.

Cuando perdonamos una acción que hemos sufrido nosotros, aunque el indulto sea verdadero, el menoscabo producido es un residuo que se alojará en alguna parte de nuestra pared. Con el peligro inherente que conlleva...desmoronamiento.
Ya que, aún habiendo eximido de culpa al prójimo, siempre recordamos en nuestro foro interno, la acción que contra nosotros sucedió. A saber, el perdón difícilmente puede ser verdadero cuando nos ataca de lleno en algunos de nuestros puntos débiles, cuando eso ocurre, aunque intentemos olvidar, ese germen puede florecer en cualquier momento.

Sin embargo, la capacidad de perdonar, es exclusiva de la raza humana y necesaria para alcanzar la etapa de madurez psíquica, que no llegará si vivimos sólo de las buenas intenciones.
Nuestra pared necesita pruebas, para saber si es sólida.

viernes, 1 de febrero de 2008

24 horas de dolor en un hombre

acto 1 vigilia

Me encontraba apunto de despertar, lo presentía, escuchaba voces que venían de lejos, que alboreaban en el ambiente. No alcanzaba a entender su significado, pero las presentía humanas... parecían felices...
Una incipiente punzada, comenzaba a instalarse bajo mi cuero cabelludo, atravesaba la maraña en la que mi cerebro se había convertido y a su paso solo dejaba inflamación.
Ya casi podía abrir los ojos, al menos, tenía conciencia de que potencialmente podía hacerlo, aunque llegar al acto sería inútil, ya que una luz cegadora me esperaba, una destello que invadía el habitáculo donde se hallaba mi cuerpo, una refulgencia tan fuerte, que se intuía con los parpados cerrados.
Comenzaba a ensamblar pensamientos, los primeros fueron, de un nauseabundo sentimiento de repugnancia hacia mi mismo. Pues comencé a comprender mi enfermizo estado.
Ante la absoluta sequedad de mi boca, comencé a segregar saliba, que era inútil ante tanta aridez. Mi lengua se quedó unos segundos pegada al paladar. Pensé en agua, clara y limpia, fría y abundante, pensé en un río recién nacido, me vi allí, en el macizo, bebiendo ese líquido de Dioses, tremenda esquisitez para mi sentidos...
Deseaba con todas mis fuerzas estar en ese idílico paraje, pero para conseguirlo, primero necesitaba saber dónde estaba, y eso pasaba inexorablemente por abrir los ojos.